La silla naranja: narrándome a través del recuerdo
La silla naranja: narrándome a través del recuerdo
By: Mar Jaramillo
Ese día llegué a la casa pensando en que iba a encontrarte como siempre, a sentarme contigo para almorzar y que conversáramos de un par de cosas. Al entrar, vi que no estabas esperándome en el mismo lugar y que, en vez de saludarme, me recibió la noticia de que no te encontrabas bien. Corrí a verte, era lo que más deseaba. Ahí estabas. Sentado en esa silla naranja, sudando frío y viéndome sin mirarme.
Era nuestra última vez, al menos aquí. Al escuchar la noticia de tu muerte, sentí miedo, incertidumbre y extrañeza. Hace mucho tiempo no experimentaba lo que se sentía perder la vida de alguien, perder la esperanza, perder la caricia, perder el momento. Hace mucho tiempo no teníamos tiempo. Entre nosotros no existía ni un minuto en el que estuviéramos separados. Y aunque estuviéramos en diferentes lugares, tú estabas en mi pensamiento y yo en el tuyo. Allí estábamos, haciéndonos compañía.
Pero todo lo habíamos perdido. Con tu muerte se iba ese tiempo, ese lugar, ese pensamiento que nos mantuvo unidos. Sentí que el piso se me caía, que el cielo se hacía inalcanzable. Sentí que no sentía amor. En vez de eso, sentía un vacío que no conocía. Todo era nuevo para mí. Y a pesar de estar rodeada de las mismas personas, de las mismas cosas, no estabas tú. Todo era inexplorado.
Tan auténtica fue tu partida que me trajo lágrimas que jamás había llorado. Me trajo pensamientos que no conocía, y me trajo un sinfín de abrazos y palabras de la gente para las que mis oídos estaban sordos. En mi cabeza estaba tu imagen, una y otra vez, como un disco rayado. Tus palabras hacían ecos infinitos. Al ver nuestras fotos, me imaginaba cómo el brillo de tus ojos se apagaba, y esas manos, que alguna vez me recibieron con un abrazo, ya estaban frías y hasta moradas. Debo confesarlo, antes me gustaba mucho el color morado; después de tu muerte, me pareció que era un color de muerte. Ni el negro me traía a ese momento como el morado lo podía hacer.
Mi cuerpo era un contenedor de un corazón que se hacía pedazos, un mar de emociones que se mezclaban generando un gran tsunami. Pero por fuera, eso fue lo que más me impactó, por fuera me dejaste plantada una sonrisa de oreja a oreja. Me dejaste una energía que no podía controlar, que me hacía levantarme cada día a “hacer lo que tenía que hacer”, y aunque la gente quería parar el mundo para mí, yo no quería. Mi mundo ya se había parado; la que no paraba era yo. Tenía que reconstruir todo lo que se derrumbaba.
Y en el proceso me encontré con algo maravilloso, contigo, con mi recuerdo en ti. Eduardo Galeano dice que recordar es volver a pasar por el corazón. Ahora lo entiendo todo. Cuando me acerqué ese último instante, me recordaste, pero no como tu nieta, ni como tu confidente, ni siquiera como aquella extraña que iba todos los días a darte un saludo, aunque no supieras a veces ni mi nombre. Me recordaste dándome palabras en medio de tus alucinaciones. Me recordaste quién eras, qué amabas, qué deseabas. Me recordaste tu vida.
Eso me llevé con tu partida: tu recuerdo. Te vuelvo a pasar por mi corazón, te entrelazo y te anhelo ahí siempre. Cuando viene un pensamiento sobre lo que fuimos, veo también todo lo que somos. Tu partida me trajo recuerdos para construir un nuevo origen, plagado de ti, de tu amor y también de tu ausencia. Tengo cada minuto narrado en mi cabeza, y en aquel sillón naranja, en aquella tarde de septiembre, recuerdo tu partida. Y cada vez que llegas otra vez a mi vida, vuelves y me revuelcas, pero me dejas llena de tu amor, llena de tu vida, y llena de todas las cosas bonitas que no pudieron ser, que en vida no te acordabas, pero que ahora, no podemos parar de sentir.
Mar Jaramillo, ella es Actriz, Magíster en Ciencias de la Educación e Interventora Creativa Colombiana radicada en Canadá
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